lunes, 16 de agosto de 2010

Capítulo V - La Penúltima Cena

Capítulo V
La penúltima cena

Salimos del bar y nos quedamos parados en medio de la calle. Estaba chispeando. Le pregunté a dónde iba a ir y ella me contestó que no sabía. Comienzó a llover como Dios manda y yo no sabía a dónde ir. Ya no me da tiempo a llegar a mi entrevista-pensé-, así que intentaré aprovechar el día. ¿Qué podría hacer para conquistarla ...? Recuerdo una película que ví hace pocos días en la que el protagonista invitaba a cenar a una chica explosiva y, finalmente, tras empacharse de marisco, la llevaba a su casa a dormir.

- Te invito a cenar hoy, ¿quieres?- le pregunté tartamudeando.
- Bueno, es un poco pronto, pero vamos, el caso es hacer gasto...

Yo pensaba cenar por la noche, como hacía casi siempre, pero me dejé llevar...
Me cogió de la mano y empezamos a caminar. Ella quería llevarme a un restaurante que conocía no muy lejos de allí. Nada más empezar a caminar noté que ella iba muy rápido y que me agarraba con fuerza la mano. Cinco minutos después ella corría y yo, incapaz de soltarme de su mano ni de decirla nada por verguenza, arrastraba las piernas por la calle. Al poco tiempo arrastraba los muslos por la acera. La gente me preguntaba si era mutilado de Vietnam pero yo estaba demasiado ocupado haciendome un torniquete en la cintura para no perder también el pecho. Tras unos momentos de apuro ella paró a atarse un cordón de sus botas de goma y me soltó la mano, con el consiguiente golpe que mi cabeza dió en el suelo. Se me acercó un albañil que estaba cerca trabajando con una máquina y me ofreció un empleo en la construcción como picador de aceras.

Cuando llegamos a la puerta del restaurante en el que íbamos a cenar no eran aún las diez de la mañana. Estaba cerrado. Nos sentamos en las escaleras por las que se entraba al restaurante. María jugueteaba con las hormigas que había en el suelo cerrándolas el paso con los dedos. Yo intentaba tocarme la nariz con el talón de mi pie izquierdo.

- Mira glóbulo, abren a las nueve de la noche, nos quedan unas cuantas horas...
- Si..., si quieres esperamos, yo no tengo nada mejor que hacer.

Desperté a las ocho cuando se encendió el cartel luminoso del restaurante. Me fijé en María, tenía tantas hormigas por el cuerpo que parecía una más. Me quité el zapato y la golpeé con él intentando matarlas. Al ver que no podía cogí una escoba que estaba en la puerta y seguí matando hormigas con ella. Aún así, veía que María seguía hasta arriba de hormigas, por lo que la cogí por los tobillos y la sacudí una y otra vez contra el suelo hasta que no quedaron hormigas en su cuerpo. La dejé de nuevo en las escaleras. La observé mientras ella seguía dormida, con la cabeza apoyada en la puerta del restaurante. Abrió los ojos.

- Me he despertado, no tengo un sueño muy profundo. Basta que me miren fijamente para que me espabile.-dijo sonriendo.


Miré la hora en mi reloj rosa, ya podíamos entrar a cenar. Nos levantamos y pasamos al restaurante. Un camarero de unos veintisiete años y tres meses nos recibió con una amable sonrisa, besos y abrazos. Yo nunca había estado en un restaurante como éste: era hawaiano, supuse que de Hawai. Eran tres plantas hacia abajo, una especie de cuevas de piedra llenas de plantas y pájaros vivos volando de un lado al otro. Ví como un águila bajaba desde el techo para llevarse un solomillo que acababan de servir en un plato. Era parte del espectáculo. El camarero nos llevó hasta una mesa. No eran mesas normales, eran mesas muy bajitas. En vez de sillas había un banco en el que teníamos que sentarnos los dos. A mí no me importaba, me senté y me arrimé todo lo que pude a María.

1 comentario: